Por Rogelio Hernández López
— Creo que nadie puede explicar qué es el Movimiento de Regeneración Nacional, llamado generalmente Morena—respondió este veterano reportero de la política a sus colegas que buscaban dilucidar hacía donde irá después de este domingo 3 de octubre, cuando se reuniría su Consejo Nacional.
Las y los consejeros de Morena discutirían los cinco puntos de su más reciente documento público que identificaron como pacto de unidad. Un pacto ambiguo y extraño porque tiene propuestas que conducirían al movimiento a su institucionalización como partido de a deveras, o bien para continuar como lo que parece que es:
Un movimiento político muy a la mexicana por multiclasista, que funciona como agencia electoral, que afilia masivamente con escasas normas y disciplina, con el mismo programa limitado que lo originó para limpiar y recomponer áreas del Estado mexicano y darle más sentido social.
— Estamos ante un fenómeno político del que pocos especialistas han atinado a caracterizar con los modelos conocidos por las ciencias políticas, como son los partidos tradicionales—prosiguió este reportero.
— Y lo paradójico es que sus propios dirigentes tampoco han podido convencer a sus militantes más activos de cuál es su proyecto como entidad política cuando ya no los guie su fundador, el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Qué no es
Morena no es un partido político como los definen los sociólogos. Los partidos políticos son representaciones o entidades que representan a un segmento de la sociedad, a una corriente nacional representativa de pensamientos en un sentido, una ideología o cuerpos doctrinarios claros.
Tampoco es de izquierda socialista. La mayoría de referencias de académicos, observadores, periodistas e incluso de sus dirigentes, ubican a Morena a la izquierda no porque tenga una definición clara en ese sentido sino por la convención aceptada mundialmente de colocar a la izquierda a quienes quieren cambios estructurales y como de derecha a los que quieren mantener el orden imperante con algunas mejoras cosméticas.
No es un movimiento político clásico, ni un frente de movimientos sociales. Norberto Bobbio y otros teóricos de la política afirman que los movimientos políticos, en primer lugar, son distintos a los partidos porque “no se encaminan a la institucionalización de una idea o un grupo”; su temporalidad es limitada y “su actuación es en la arena de las decisiones colectivas, a su intento de poner en el banquillo a los detentadores de poder de gobierno y de influir en los procesos de decisión.”
“Los movimientos políticos no difieren significativamente de los movimientos sociales y su estructura tiende a ser menos fluida… enfrentan el problema de la formación de identidades colectivas… con el transcurso del tiempo se encuentran con el problema del mantenimiento y renovación de estas identidades.” (página 1014, Diccionario de Política. Edit. Siglo XXI).
Bajo estas acepciones en los años 80 proliferaron en México movimientos sociales con acento político como lo fueron las coordinadoras por actividad o residencias, como la Coordinadora Campesina Plan de Ayala; de lucha sindical como fue la Tendencia Democrática que dirigió Rafael Galván. De éstas subsisten algunos restos como la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación. Morena no es de este tipo.
Qué sí es
Propios y extraños siguen repitiendo lo sorpresivo de lo alcanzado por este movimiento, un fenómeno político que a una década de iniciado y a siete años de su registro formal como partido logró que le llamen “la primera fuerza política de México”, a pesar de que lo único común de identidad es el uso del nombre, el color, su logotipo y, por supuesto la presencia pública de su fundador.
Son datos públicos de que fue fundado hace 10 años, el mero 2 de octubre de 2011, que se registró como Asociación Civil el 20 de noviembre de 2012 y que en 2014 el Instituto Nacional Electoral le reconoció como partido político nacional.
Para septiembre de 2021, bajo las siglas de Morena se cuentan, hasta el momento, 202 diputados federales de un total de 500, también 62 senadores de 128. Sin tener mayoría absoluta sus fracciones son hegemónicas en Congreso de la Unión.
Por sí mismo o por influjo en entidades que dicen ser partidos quienes dirigen ese singular movimiento tienen influencia directa en 17 gobernadores (casi todos ya en posesión), en 19 Congresos locales y un número muy alto de presidentes o presidentas municipales o regidurías. Gobierna, dicen, al 46% de los mexicanos.
Su crisis actual
También son ampliamente conocidas y comentadas sus crisis que bien se pueden caracterizar como crisis de crecimiento e identidad.
Uno de los análisis más objetivos sobre la identidad y escenarios futuros de Morena lo escribió en noviembre de 2020 para la revista Este País el politólogo César Morales Oyarvide y refirió que estas se expresaban en su vida orgánica, en su relación con la sociedad, en su relación con el gobierno del Presidente López Obrador.
El autor identificó que “el patrimonialismo de sus cúpulas fue lo que inició el proceso de descomposición de Morena” y previó que esta descomposición proseguiría porque en su interior predominan “el escepticismo hacia las instituciones y las burocracias, incluidas las de los partidos.” (https://estepais.com/tendencias_y_opiniones/mascaras-ideologicas/adios-a-morena/)
Parte de las dolencias o crisis de Morena se expresaron espectacularmente en las 1 mil 937 quejas y querellas que presentaron militantes contra sus directivos durante el proceso de selección de candidaturas para las elecciones de 2021 en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación: estos recursos de morenistas representaron el 83.7 por ciento de las impugnaciones de un total 1 mil 937 recursos que registró el tribunal. Esto concede la razón al analista Cesar Morales quien identificó que los directivos principales se comportan con “patrimonialismo” en las decisiones.
La expresión más reciente de sus crisis orgánicas comenzó el mismo 20 de septiembre de 2021 momentos después de que se insertara en algunos medios impresos y se circulara en redes sociales una proclama que se tituló Alianza Popular para Continuar la Transformación de México. El documento fue mucho menos atractivo para los comentarios de analistas que para militantes de Morena como Bertha Luján, presidenta de su Consejo Nacional, de su fundador Bernardo Batíz, de su aspirante a presidirlo Gibrán Ramírez y de su Secretaria de Organización Xóchitl Zagal que expresaron abiertamente sus discrepancias.
Salir del capullo
El documento referido, en resumen, refleja que por fin la directiva central de Morena que encabeza Mario Delgado había logrado un “acuerdo de unidad” –pocas veces visto– entre 18 gobernadores (incluido Cuauhtémoc Blanco de Morelos) 51 de sus 62 senadores, 130 de sus 202 diputados federales, de los cinco directivos de sus corrientes principales y otros 15 de su comité ejecutivo.
Aunque faltaron las firmas y los nombres de sus presidentes municipales, legisladores locales y directivos estatales (muchos no electos y otros interinos) el acuerdo cupular anuncia que, en 2022, si lo aprueba el Consejo Nacional, comenzarán a aplicar un plan de construcción partidista con afiliación masiva a toda persona que lo desee e incorporarla a comités de defensa de la 4T y allí comenzar la capacitación masiva, así como darle más fuerza a su periódico partidista Regeneración.
Con ese documento Morena muestra algunos signos de querer salir del capullo que le construyó Andrés Manuel López Obrador. Pero es imprevisible augurar si su Consejo Nacional logrará restarle sus disformidades y definirlo mejor. Tiene dos probabilidades posibles: institucionalizarse internamente como partido con formas y reglas que se acaten, o bien, continuar con esa extraña forma (extra dependiente de la influencia de su líder), de partido movimiento a la mexicana muy difícil de caracterizar.