Por Rogelio Hernández López
No. No quiero agradecer a los periodistas Alberto Witvrun y Alejandro Gálvez por haberme
invitado a la Semana de Periodismo en Hidalgo para exponer sobre un asunto que se reaviva cada
que asesinan a un colega.
Más bien, deseo felicitarlos por dos cosas: impulsar la Fundación de Comunicación y Periodismo
con el propósito de coadyuvar a mejorar la información para la gente y a nuestra profesión. Quiero
felicitarles también a ellos y a todas las personas que organizan estas jornadas.
Estos foros son como ventanales para mejorarnos entre nosotros, para que la ciudadanía sepa más
de nuestro trabajo, de nuestros aciertos, errores y padecimientos; son jornadas donde podemos
exponer a quienes nos maltratan, nos presionan, nos corrompen, nos agreden.
Semanas así, como esta que ustedes organizan desde hace tres años, debieran hacerse en cada
entidad de la República y ser apoyadas por universidades, por empresas, por la sociedad organizada.
Es una forma de transparentar el ejercicio del periodismo. De veras creo que estos periodistas
merecen ser felicitados.
Ahora, como decía La Güina (mi madre): “a lo que te truje Chencha”.
Solo dos aspectos
El tema de Ser periodista y la autoprotección ante viejos y nuevos riesgos tiene tantas aristas que
consumiría horas hablar de ellos, sino es que días.
Yo lo acotaré a dos enfoques que quizá les sirvan a los periodistas más novatos, especialmente a los
muchos que se dicen periodistas sólo porque opinan con estridencia en redes sociales y también a
que la gente común comprenda un poco más las complejidades de nuestra profesión y que nos
merecemos su reconocimiento:
¿Qué nos convierte en periodistas profesionales? Ser reportera o reportero con suficientes
conocimientos y habilidades para cumplir con la función social de informar.
¿Cuál es el riesgo mayor de un periodista? Muchos riesgos nos amagan cuando reflejamos la
vulnerabilidad inicial: no ser profesional como reportera o reportero.
¿Cómo se llegan a estas conclusiones? Les platico de mi caso:
Periodista no. Reportero
Hace muchos, pero muchos años, como 43, mis camaradas del Partido Comunista Mexicano me
enviaron como periodista a la Guerra de Nicaragua, pero yo no tenía la formación académica como
periodista. Ellos suponían que sabía observar y que dominaba el método de análisis del
materialismo dialéctico.
A los 20 días de estar en el Frente Norte llegué a Managua. Se me notaba que comí poco durante
esas semanas y también me asomaban los primeros síntomas de una tifoidea. Dos periodistas
profesionales mexicanos, Roberto Rodríguez Baños y Elías Chávez habían arribado un día antes
desde la Ciudad de México, supieron donde había estado y el porqué de mi semblante famélico. Me
invitaron a comer al Lobster, casi gratis. Digo casi gratis porque su interés tenía pies, no fue por
mera compasión. En la comida me dieron una buena “sopeada” durante dos horas (para quienes no
manejen nuestro argot sopear es hacer entrevista sin avisar y sin grabadora). Ya con el estómago
lleno de langosta les dije:
— Gracias señores periodistas. — Y ambos, respondieron simultáneamente:
–No. Sólo reportero.
— Y gracias por compartir datos y color de donde ganaron la guerra los sandinistas –dijo uno de
ellos con expresión de haber logrado algo importante.
Sí, me sopearon gacho, como reporteros que eran. Supieron conseguir información de primera mano
de un testigo en zonas donde entraron muy pocos periodistas. Y yo sonriente. Hasta después
comprendí la “sopeada que” me dieron.
Esa misma definición de la identidad principal de ser periodista se la escuché nuevamente a
Raymundo Riva Palacio en 1981, cuando éramos vecinos de máquinas de escribir en Excélsior.
Fue así: yo llegué después de las 17:30 horas a entregar información por primera vez a la redacción
de un diario grande. Nunca había hecho notas diarias. Cuando me topé con el viejo Luis de
Cervantes, jefe de información, me gritoneó y sentenció que ya no entraría mi nota porque era muy
tarde y no había pasado el Budget.
— ¡¿El qué?” – preguntaba para mis adentros.
Raymundo, aunque galopaba alegremente en su Olivetti aguzó el oído y sonreía por mi cara de
¡What! Me llamó discretamente y me preguntó:
–¿No sabes que es Budget verdad? Me explicó con sencillez. Creo que pude hacerlo, pero mejor se
lo llevé al director para no toparme con el regañón y ordenó que se colocara en primera plana. Al
regresar le agradecí la salvada a Riva Palacio.
— Gracias señor periodista— y también me respondió:
–Reportero.
Luego interpreté: Raymundo sabe oír, contextualizar de inmediato y explicar con sencillez.
En el transcurso de otros años, como 11 más o menos, cuando alguien me decía periodista yo
repetía como perico: –reportero. — Pero no sabía explicar suficientemente la diferencia.
Cuando me echaron de Excelsior (por rojillo) sentí la necesidad de ser mejor periodista, como esos
reporteros que les refiero. Yo deseaba seguir haciendo periodismo, y bien. Busqué cómo investigar
a fondo qué y cómo era ser periodista en México. Para 1998 mis inquietudes produjeron un
reportaje gigante de los problemas y riesgos que conlleva nuestra actividad y se convirtió en el libro
Solo para periodistas (Edit. Grijalbo-Uníos. 1999).
En aquel trabajo derivé una definición de periodista que pone por delante al reportero como
sinónimo de investigador, analista y buen redactor, que tiene la responsabilidad social de informar y
toma su profesión en serio, como forma de vida.
Pero esa definición de carácter académico elaborada por un reportero que se especializó en temas de
su profesión todavía no le ha podido ganar a la que defienden abogados y comunicólogos.
Hoy, lo más aceptado en la ley federal de protección, en otras de los estados y en resoluciones de la
Corte es una definición demasiado general porque se concibe como periodista a todo usuario de la
libertad de expresión en México, incluidas las empresas de prensa y a la marabunta desinformadora
en las redes sociales.
¿Es aceptable que se diga que son periodistas todas las personas que participan en los medios de
comunicación cómo defienden abogados y comunicólogos? ¡Claro que no!
La realidad es más cabrona (perdón por decir la realidad).
A quienes se agrede y asesina mayoritariamente son a mujeres y hombres reporteros de los estados
de la república y a muy pocos colaboradores periodísticos, a muy pocos articulistas, a muy pocos
opinadores sin sustento profesional que plagaron las redes sociales.
Como dicen los filósofos, lo que define al ser social es su función principal ante la sociedad a la que
pertenece, a su rol social esencial.
En ese sentido, la esencia de un periodista profesional la define su tarea permanente de informar,
informar. Informar. De lo bueno y de lo malo. Y, asumir que esa es su responsabilidad social.
La función social de informar profesionalmente pone la base, el cimiento de todo el proceso
informativo de la prensa. Esa base la forman las y los reporteros, quienes consiguen la información
novedosa, trascendente y la convierten en noticia; son quienes proveen esa materia prima para
editores, para los públicos, para articulistas y otros opinadores, para investigadores académicos,
para historiadores y, por supuesto para ese lugar común aceptado por todos, para las relaciones
democráticas.
Humberto Musacchio, sintetizó esa esencia del periodista profesional en el prólogo del libro Sólo
para Periodistas: — en las redacciones –escribió—el reportero ocupa el lugar más alto de la escala
periodística. –
Viejos y nuevos riesgos
Durante los casi 45 años de estar en esta actividad he padecido y testificado en otros todos los
riesgos. Siempre habrá riesgos para quienes revelan información nueva, para las y los reporteros
(exclúyanse a los repetidores de boletines).
Así es la realidad, muchos riesgos acechan a quienes no sabemos delimitar los asuntos que son del
interés de la gente, cuando no sabemos investigar con suficiencia, cuanto carecemos de método de
análisis para poder contextualizar los hechos. Hay quienes sabemos hacer esto, pero tenemos
debilidades para estructurar todos los datos, redactarlos en un lenguaje que todos entiendan.
Pero el mayor riesgo es hacer mal periodismo deliberadamente. Ya sea por deficiente formación
profesional o por ocultar o inventar noticias, por aceptar dadivas, por no saber usar protocolos de
autoprotección al buscar información de nota roja, sobre corrupción, o delincuencia organizada. Ser
profesional es apegarse a las normas ética de esta actividad. En el gremio es conocida la sentencia
de Ryszard kapuscinski: “Las malas personas no pueden ser buenos periodistas”.
Es posible reducirlos
En 2011 acudí como alumno a un taller de la organización Protección Internacional. Allí pude
conocer una ecuación matemática que les recomiendo utilizar para evaluar los riesgos. El peligro
será mucho mayor y frecuente cuando llega una amenaza y nos encuentra con muchas debilidades.
Y lo contrario, todos los riesgos se reducen cuando son mayores nuestra fortalezas y/o capacidades
profesionales.
Reto a cualquier colega que refute con argumentos que el promedio nacional de periodistas
profesionales padece al menos seis grandes vulnerabilidades que facilitan todo tipo de agresiones y,
por supuesto, las más violentas.
- Ante nosotros mismos por debilidad profesional, debido a deficiente formación académica y
deontológica; - Ante agresiones violentas, muy acentuadamente en algunos estados de la federación por dos tipos
de perpetradores: servidores públicos y delincuencia organizada; - Ante omisiones y malas prácticas de gobiernos, ministerios públicos, jueces y tribunales que han
permitido una impunidad mayor del 90 por ciento; - Ante el régimen legal que no reconoce los derechos de los informadores profesionales, por mala
aplicación de las leyes o por castigos civiles o penales injustos; - Ante empleadores por salarios y prestaciones no profesionales, y que además no protegen ante
coberturas riesgosas o ante agravios, ni facilitan capacitación permanente. - Por debilidad gremial, debido al exceso de organismos no unitarios ni defensores de la
profesionalización.
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Una vez que documenté su pesimismo. Terminaré con dos recomendaciones para reducir dos de
nuestras grandes vulnerabilidades:
Para quienes ya eligieron ser reporteros como forma de vida tenemos que asumir como obligación,
igual que los médicos, los abogados, los ingenieros que es indispensable la capacitación continua y
si tenemos la suficiente modestia acercarnos para aprender a quien reconozcamos como periodistas
éticos. Así reducimos el riesgo mayor de ser mal periodista.
Para evadir los otros riesgos, sobre todo amenazas contra nuestra integridad y vida tenemos que
crear espíritu de cuerpo con todas y todos los colegas (incluidos a los que les sacamos la lengua
cada rato por hacer cosas muy criticables); unirnos para formar redes de autoprotección de reacción
rápida ante amenazas y agravios. En Hidalgo, esa red puede promoverse desde la fundación que,
según vemos está comenzando a rendir frutos.