José L. López V.
Victorio fue a Mérida y como “no tenía oficio ni beneficio”-así decían las abuelas-, se quedó. Ofelia atendía la Panadería “La Boxita”, un día cuando el hambre arreciaba entro Victorio a comprar unos franceses (bolillos) y a partir de ese momento las visitas fueron frecuentes, pedía “un beso”, y la Ofelia le regalaba un “suspiro”, hasta llegar a las “revolcadas” y consecuentemente el “niño envuelto”. Finalmente se fueron a vivir juntos y empezaron las desavenencias y entre “cuernos”, “enredos”, golpes y maltratos pasaron cinco años y el hijo de ambos cumplió cuatro.
Victorio decidió regresar a la Ciudad de México para acompañar a su madre, los maltratos por parte de la madre y golpes de Victorio, arreciaron hasta que finalmente la lanzaron a la calle con todo y chamaco.
Sin conocer la ciudad y con escazas monedas, Ofelia abordó un micro entre lágrimas y lamentaciones. Una señora, además de consolarla la acompañó al refugio para mujeres violentadas, esa noche recibieron comida y ropa caliente, no pudo dormir, pero respiró paz y libertad, al despertar, le asignaron preparar el desayuno para once mujeres y treinta niños. A ella la atendió una trabajadora social y al niño una psicóloga, a partir del primer día asistió a clases diariamente. Un mes después en la Blanca Mérida, Ofelia escuchó en el noticiero que se habían terminado los apoyos para los refugios de mujeres violentadas; respiro triste y soltó una lágrima.