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    Vienen leyes para proteger periodistas. Nos urgen derechos para ejercer y un titipuchal de abogados

    18 septiembre, 2022 Miradas de Reportero
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    Por Rogelio Hernández López
    Este 22 de septiembre me asaltará un miedo adicional a los que, de por sí, se han acumulado en
    demasiados periodistas profesionales de México: el temor de hablar a un público con tanta gente
    de la abogacía. No, no me dan miedo los abogados, aunque habría momentos en que sí.
    Mi temor, es más bien de no lograr convencerles de que, quienes tenemos la función social de
    informar, necesitamos decenas, cientos de abogados especialistas en libertad de expresión y
    periodismo para enfrentar los efectos de la crisis humanitaria y estructural que nos alcanza en las
    formas más inverosímiles y violentas.
    Antes de eso, debo agradecer al doctor Moisés Moreno Hernández, Presidente de la Sección de
    Derecho Penal de la Academia Mexicana de Ciencias Penales y al colega Fred Álvarez por
    haberme invitado, inmerecidamente, a ser expositor en esta mesa con gente del más alto nivel: los
    doctores e ilustres juristas Luis Raúl González Pérez y Ernesto Villanueva y con los
    destacadísimos periodistas: José Reveles Morado, Gerardo Albarrán de Alba y Jesús Salazar
    Rojas.
    Ante tal audiencia y distinguidos expositores me siento como cordero en sabanas de leones.
    Entonces, para contrarrestar esa sensación –como diría Carlos Monsiváis–, voy a documentar su
    pesimismo para que también se sientan frágiles.
    Sobredimensión de problemas.
    No cometo infidencia si les cuento una tristeza y describo nuestros miedos.
    En 2010 ya se manifestaban plenamente varias crisis entre periodistas, algunas de causas
    estructurales, que nos fueron haciendo extremadamente vulnerables y que, por supuesto, fueron
    afectando negativamente los derechos a la información y a la libertad de expresión de la
    ciudadanía.
    En 2010, era casi general y desesperante la ausencia del Estado para enfrentar tales fenómenos.
    Ante ello, un grupo de 14 periodistas y tres abogados, de los muy pocos especializados en
    libertad de expresión y periodismo, decidimos formar una asociación civil para buscar
    alternativas: La Casa de los Derechos de Periodistas (CDP).
    Esta asociación, con pocos recursos y personal ayudo a crear de la ley federal de protección,
    impartió cursos de autoprotección a colegas de 21 entidades, organizó cuatro encuentros

    nacionales, pudo proteger a medio centenar de colegas amenazados, creo una red de 34 Enlaces
    en la república que empujaron a la creación de leyes estatales de protección. Lo triste es que La
    CDP no pudo sobrevivir por la falta de apoyo institucional. Aquí estamos tres periodistas que
    hicimos aquel esfuerzo.
    El ciclo aciago contra personas periodistas sigue –más que contra grandes medios– y engendró
    muchas zonas de silencio. Hacían y hacen falta decenas de asociaciones como la Casa de los
    Derechos de Periodistas o una de alcance y fuerza nacional. Y aun si existiesen no habríamos
    podido enfrentar exitosamente los fenómenos que entonces amagaban a la mayoría; fenómenos
    que han ido creciendo y que, en 2022 causan muchos miedos entre las y los periodistas más
    vulnerables. Cito solo cinco:
    UNO. Registrábamos demasiada debilidad profesional debido a deficiente formación académica
    y deontológica. Hoy es muy notoria la escasez de ética profesional en demasiados comentaristas
    que inundaron, sin capacitación, a medios corporativos y sobre todo en las llamadas redes
    sociales. La ineptitud y el dolo en periodismo invocan reacciones enojosas.
    DOS. Ya entonces las y los periodistas padecíamos ante empleadores por inequitativos salarios y
    prestaciones no profesionales, que además no protegían ante agravios (no protegen), ni facilitan
    la capacitación permanente como la que, sí tienen los profesionales de la medicina, de las
    ingenierías, del derecho. En sentido contrario la situación laboral empeoró.
    En doce años alrededor de 10 mil periodistas perdieron sus empleos fijos. Entre unos 40 mil que
    seguimos en esto, la mayoría vio reducidos sus ingresos y prestaciones. La precariedad laboral es
    el segundo problema, después de asesinatos y agravios violentos que padece buena parte de
    periodistas mexicanos.
    Una estampa vergonzosa de esta precariedad es que alrededor del 18 por ciento de total, unos 7
    mil trabajan por su cuenta y sin prestaciones sociales. Sobre esto cerca de 700 han sido inscritos
    en el IMSS por el gobierno federal y en diciembre se sumarían otros 700 para contar
    gratuitamente con cinco seguros que disminuirán un poco su precariedad social y reducirán un
    poco su miedo.
    TRES. Una de estas grandes vulnerabilidades de los periodistas es por debilidad gremial,
    paradójicamente por exceso de organismos no unitarios ni defensores de la profesión. Hoy se
    puede probar, en todo el país, la existencia de al menos 400 organizaciones aparentemente
    gremiales y unas 2 mil 500 plataformas digitales que pretenden informar y competir con los
    corporativos de la industria. No somos interlocutores de los poderes económicos y políticos,
    porque nos debilita tanta fragmentación y por la competencia por los pedazos de mercado que nos
    dejan los monopolios.
    CUATRO. Hace doce años registrábamos malas prácticas, que afectaban al periodismo, por parte
    de políticos, servidores públicos (fuerzas de seguridad, gobernantes, ministerios públicos y
    jueces). Desde entonces la mayoría de agresiones, amenazas y acoso judicial contra periodistas,
    especialmente contra reporteras y reporteros se registraban en municipios y entidades medianas o
    flageladas por la violencia. El 70 por ciento de agravios provenían de servidores públicos, hoy
    esa proporción ha disminuido a menos del 50 por ciento. Pero eso, es mucho todavía.

    Y no eran solo agresiones de servidores públicos, también omisiones ante demandas laborales,
    ante amenazas, ante agresiones, ante acoso judicial. La fiscalía federal y las fiscalías de los
    estados, en su absoluta mayoría poco han podido hacer frente a las agresiones. Por eso sigue
    incrementándose, casi geométricamente, ese fenómeno que es nuestro mayor miedo entre otras
    razones porque el crimen organizado creció como el perpetrador más violento contra periodistas:
    sus agresiones pasaron del 7 por ciento en 2010 a 34 por ciento en 2022. El flagelo de su
    violencia nos alcanzó, igual que a millones de mexicanos.
    Los responsables del mecanismo federal de protección a periodistas y personas defensoras de
    derechos humanos difundieron recientemente que el sexenio de Felipe Calderón cerró en 2012
    con 101 periodistas asesinados, el de Enrique Peña Nieto con 96 y que en los cuatro años del
    sexenio actual ya son 61 las y los colegas ultimados.
    Pero, las y los periodistas, no somos las principales víctimas de una crisis humanitaria de grandes
    proporciones. Somos sí, de los más afectados por la función pública de interés social que
    cumplimos. El Subsecretario de Derechos Humanos de la Secretaría de Gobernación, Alejandro
    Encinas ha reiterado que esa crisis por la violación de derechos humanos alcanza a todo el
    territorio nacional, que se convirtió en una bola de nieve que trascendió a establecerse como un
    problema estructural.
    CINCO. Había, hace doce años un régimen legal injusto, porque privilegió al mercado de la
    información y porque su acaparamiento vulnerabilizó a cientos de empresas pequeñas y a miles
    de periodistas. Predominaba también la penalización injusta a deficiencias de nuestro trabajo y
    aunque las sanciones se pasaron a códigos civiles prevalece lo penal en diez estados. Entonces
    también había insuficiencia legal para la protección y fomento del ejercicio profesional.
    Hoy existe una maraña legal en México, más que andamiaje, con más de 40 normas que tienen
    relación con nuestra profesión (14 estatales, 9 federales, 6 referencias constitucionales, más los
    tratados y convenios internacionales); normas que, siendo tantas, no han logrado reducir los
    efectos negativos en contra de las y los periodistas vulnerables, entre otras cosas porque no se
    atinó en reconocer completos los catorce derechos profesionales que existen en otros países.
    Algo de lo que falló
    En esa maraña jurídica, hay cuatro reglamentaciones que urge cambiar porque se convirtieron en
    retenes para la protección del periodismo y la justicia ante los riesgos y la impunidad. Estas son:
    la ley de Protección para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas, el Código
    Penal Federal, el Código Nacional de Procedimientos Penales y en la Ley Orgánica de la FGR.
    La Ley federal de protección que en 2012 creo al Mecanismo de Protección hoy está totalmente
    rebasada porque su alcance es solo de carácter federal cuando, en contraste, la mayoría absoluta
    de amenazas, riesgos y agresiones suceden en los estados de la federación.
    Las cifras más o menos actualizadas por diversas fuentes, indican que han firmado convenios de
    colaboración 29 gobiernos estatales y un ínfimo número de gobiernos municipales, pero
    únicamente 14 estados tienen leyes relativas y sólo cuatro entidades tienen mecanismos o
    instancias de protección que funcionan.

    Y no se diga del incumplimiento de la Fiscalía (federal) Especial para la Atención de los Delitos
    contra la Libertad de Expresión porque no atiende la mayoría de agravios y asesinatos por atender
    mal su capacidad de atracción justificando que no le autorizan el Código Penal Federal, el Código
    Nacional de Procedimientos Penales y en la Ley Orgánica de la FGR y por eso responsabiliza a
    las procuradurías estatales, que normalmente son reflejo de las omisiones de los gobernadores y
    tampoco cumplen su función de procurar justicia ante este fenómeno. La impunidad ahora oscila
    entre el 89 y el 95 por ciento en todos los casos de asesinatos.
    Ayudar al cambio que viene
    Este veterano reportero piensa que la mayoría de juristas mexicanos ya sabían de todo esto que
    ocurre a periodistas y al periodismo. O quizá este fenómeno se les pierde en la gran nube negra
    de la crisis humanitaria nacional.
    Nos han prometido que antes de acabar 2022 el Subsecretario Alejandro Encinas presentará una
    iniciativa estratégica para crear una política de Estado basada en una nueva ley de protección para
    defensores y periodistas. Esto sería estratégico porque quieren que esa ley sea de carácter general,
    que privilegie la prevención y obligue a los estados de la federación a cumplir con protocolos
    nacionales y también a las fiscalías todas para reducir la impunidad. Estrategia que,
    presumiblemente propondrá reformar otras leyes que faciliten la adquisición de fortalezas
    profesionales a periodistas y defensores.
    En los foros de Parlamento Abierto, que se planean para esas iniciativas en el Congreso de la
    Unión, tenemos que empujar para que se amplíen las medidas de prevención como la sustancia de
    la protección integral con reformas a varias otras leyes y que permitan establecer claramente los
    14 derechos profesionales para ejercer el periodismo.
    Derechos que, según nuestra experiencia, nos permitirían
    la autodefensa, nos respaldarían para cumplir mejor
    nuestra responsabilidad social de informar con libertad y
    seguridad y para que, en última instancia, sean las y los
    periodistas profesionales (más que las empresas
    comerciales) quienes garanticemos la fluidez y calidad de
    la información de interés público que necesita la gente.
    (Ver gráfico adjunto)
    Lo que he intentado al exponer una síntesis, es justificar
    que una política de Estado, para enfrentar este y otros
    aspectos de la crisis humanitaria, requiere también de miles de abogados éticos en los gobiernos
    de todos los niveles, en las fiscalías, en la sociedad civil organizada.
    Y, las y los periodistas también necesitamos urgentemente abogados conocedores de las
    entretelas del periodismo y de la libertad de expresión para paliar algo de lo negativo que nos
    alcanzó de la gran crisis, más específicamente, en momentos en que se abre una coyuntura en el
    terrenos del derecho con una nueva ley y reformas a otras.
    En ese marco pugnaremos para que se cumpla mejor el derecho a la justicia por agresiones y
    asesinatos de periodistas.

    Nos urge también que las propuestas de reformas en esa estrategia, para una política de Estado,
    también ajusten la definición de periodista en la ley general que se prepara, porque su amplitud y
    ambigüedad en la ley actual obliga teóricamente a proteger a toda persona usuaria de la libertad
    de expresión, pero, en los hechos, las fiscalías solamente deciden perseguir esos delitos cuando
    suponen, a priori, que las víctimas estaban ejerciendo el periodismo en el momento de la
    agresión.
    Parte de esa estrategia sería insertar más penalidades, o incluso declarar como delito grave la
    obstrucción o agresiones contra el ejercicio de informar en periodismo en el Código Penal
    Federal, el Código Nacional de Procedimientos Penales y en la Ley Orgánica de la FGR.
    Y para otros derechos que permitan a los periodistas más fortalezas profesionales tendremos que
    insistir al Presidente de la República y a las y los legisladores de las dos cámaras del Congreso de
    la Unión que hagan suya la iniciativa de reformas a la Ley Federal del Trabajo y a la Ley del
    Impuesto sobre la Renta que ya presentó en el Senador Emilio Álvarez Icaza, para adicionar un
    capítulo que reconoce como de interés público la función social del trabajo de periodista para
    garantizarle trato profesional en prestaciones y darle facilidades para fundar empresas de servicio
    social informativo no lucrativas.
    Y para todo eso y hacer realmente vigente los derechos para ejercer el periodismo con libertad y
    seguridad reitero que necesitamos un titipuchal de abogados que nos ayuden a ayudar a la
    vigencia de los otros derechos de la ciudadanía. Mirada de reportero

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