Por Rogelio Hernández López
Hace un año y dos meses, la periodista Judith Valenzuela y su hijo Rafael Méndez buscaban
editorial que publicara el libro testimonial del joven sinaloense. El relato de las desventuras que
padecieron ambos, durante 13 años, es increíble en muchos aspectos. Así lo resalta el periodista
Jesús Lemus Barajas en el Prólogo.
El libro Prisionero del Sistema por fin comenzó a ser expuesto en librerías este 24 de julio. Me
pidieron hacer la Presentación. En ella resalto que me sacudió la sorprendente fuerza de la
condición humana de Judith y Rafael, que quizá alguien pueda probar científicamente que la
conciencia de libertad, la libertad noética, es trasmisible o hereditaria.
El caso
En la contraportada del libro se resume fríamente un caso del aparato judicial mexicano que, como
dice Jesús Lemus, avergüenza y que podría ser similar en miles de prisioneros que no tienen la
oportunidad de contarlos.
En enero de 2008 Rafael Méndez Valenzuela (que apenas tenía 20 años de edad) fue detenido en el
Estado de México. Agentes federales y militares lo obligaron a firmar una declaración en la que
reconocía que formaba parte del grupo criminal La Familia.
Tras 10 años en prisión por una sentencia sin pruebas y al existir una denuncia por tortura, un
tribunal federal ordenó la reposición del proceso en lo que se investigaban los hechos otra vez y que
lo mantuvieron preso 3 años más.
Ante la suma de injusticias, su madre, la periodista Judith Valenzuela, se acercó a distintas
instancias judiciales y asociaciones de derechos humanos sin mayor éxito. Fue ampliamente
conocido que ella logró acudir a la conferencia mañanera presidencial y logró que López Obrador
ordenará intervenir a la Secretaría de Gobernación y con gestiones del Subsecretario de Derechos
Humanos, Alejandro Encinas, se logró que la Suprema Corte de Justicia revisara el caso para que
Rafael por fin fuera liberado a los 33 años de edad.
Pero ese resumen no refleja ni lo vergonzoso de prácticamente todas las instancias del aparato
judicial ni las sorprendentes personalidades de Judith la periodista y su hijo Rafael que hoy a los 36
años recién cumplidos estudia la licenciatura en Educación Deportiva y trabaja como instructor,
gracias a esa libertad noética que explican los especialistas.
Lo siguiente es lo que escribí en la Presentación del libro y no tengo nada más que agregar que
felicitarme por conocerlos:
Y no pudieron quitarles esa otra libertad
Sorprenderá saber a muchos que este libro lo escribió un joven que estuvo preso (injustamente)
desde sus 20 años a los 33.
Es que los textos no parecen obra de alguien que en 13 años pudo acumular motivos y palabras para
recriminar acremente sino más bien de otra persona, centrada, de pensamientos estructurados, con
dones de narrador de los buenos, capaz de redactar 55 historias cortas y acuerparlas en 13 capítulos
en apenas 4 meses posteriores a que le decretaran su libertad corporal.
Este texto no es una novela, aunque tiene todo para serlo: historia central, suspenso prolongado,
narraciones hiladas, estructura lógica, personajes definidos. Describe antes que adjetivar, con prosa
sencilla y en primera persona; hace sentir momentos de pasmo, de enojo y dramatismo y candor y
romanticismo y… bastante buen humor.
El libro no es una novela –aunque mucho de sus contenidos se antojen increíbles–, porque los
datos y escenas que describe provienen de una zona de la realidad mexicana mil veces denunciada
–de un sistema jurídico anacrónico que facilita la injusticia y la degradación humana de agentes
policiacos, militares, ministerios públicos, jueces, gobernantes, y sobre todo de la gente prisionera,
que pocas veces puede recuperarse para una vida sin sobresaltos morales.
“La realidad vuela más alto que la ficción, a la que sirve a veces de alimento”. Eso lo saben bien los
buenos literatos y pareció intuirlo Rafael al poner como acontecimientos escenas que, para otros
serían penalidades; al mostrar como esperanza de amor lo que en otros serían tormentos de esos que
produce la soledad prolongada.
Pero no es tan increíble esto que hizo Rafael. Hay una explicación que igual asombra como toda la
historia contada por él mismo y en tan poco tiempo; el libro tiene otro hilo conductor paralelo, una
historia que quizá ni él, ni su mecanógrafa, ni su correctora de estilo planearon configurar:
Todo el texto refleja que, aun entre muros, el joven adquirió pausadamente lucidez para observar, y
no solo mirar, para ubicarse en el tiempo y el espacio, interpretar, situar sus propias dimensiones,
evitar la atracción hacia lo oscuro, aprender de leyes, leer muchas cosas más, ejercitarse; respirar
profundo pues, para poder desarrollarse.
Es decir, a lo largo de toda la narración se refleja cómo Rafael construyó mentalmente su libertad,
cómo maduró paulatinamente eso que neurólogos y psicoanalistas llaman conciencia; esa condición
humana que el cerebro engendra gracias a su interacción con el resto del cuerpo y su entorno. Hay
quien aseguran que el cerebro puede entrenarse para lograr conciencia de libertad, llegando incluso
a cambiar su estructura fisiológica. Eso parece haberle ocurrido a Rafael.
“… ni lo social ni lo psicológico le roba a la persona su libertad noética y ésta al hacerse efectiva
devuelve la autonomía y la capacidad de decisión,” sintetizó Viktor Frankl hace 55 años. Él era
neurólogo, psiquiatra y filósofo austríaco que sobrevivió tres años (1942-1945) en varios campos de
concentración nazis, incluidos Auschwitz y Dacha. Fue fundador de la logoterapia y del análisis
existencial.
Hace menos años, en 2010, las investigadoras Cassandra Vieten, Marilyn Mandala Schlitz y Tina
Amorok explicaron:
“La noética es una disciplina que investiga la naturaleza de la conciencia, empleando para ello
múltiples métodos de conocimiento, incluyendo la intuición, el sentimiento, la razón y los sentidos.
Por consiguiente, la noética explora el mundo interior de la mente (la conciencia, el alma, el
espíritu) … La explicación a esto y a mucho más es lo que ha hecho que autores como Dan Brown
consideren la noética como la única ciencia capaz de demostrar que la mente humana puede
realmente alterar y transformar nuestra realidad propia. (subrayado de RHL)
Mas esa evolución de Rafael el prisionero, tuvo una fuerza adicional para que fuese más integral el
sentido de esperanza, libertad, frescura y alegría que lo maduró en la cárcel. Esa fortaleza está
presente en todo el libro, como estímulo anímico, como gestora, como tramitadora, como el centro
de la resistencia para lo inaceptable del sistema judicial, como una ciudadela de lo indomeñable de
Rafael. Es el segundo personaje protagónico de toda la historia que, aunque es poco citado, se
transpira: Judith Valenzuela Ortiz, la madre de Rafael Méndez Valenzuela.
Judith es bien conocida en Culiacán, en toda Sinaloa y cuando ella y Rafael le ganaron el infausto
juego de vencidas al sistema se le conoció en todo el país. Es alta, fuerte, norteña amable, pero con
pocas condescendencias; autónoma, arrojada, de esas mujeres que buscan desarrollo profesional
permanente para no depender de otros.
Ella tiene formación académica, de la licenciatura en la Escuela de Periodismo Carlos Septién
García (1983-1987), fue especializándose en cultura y como reportera de investigación de asuntos
sociales y de seguridad, también como editora. Acude a cursos, talleres, a conferencias y ha tomado
dos veces la Catedra de Periodismo del Colegio de Sinaloa. Participa en actividades del Colegio de
Periodistas de Sinaloa y de la asociación 7 de junio, especialmente en asuntos de superación
profesional y en acciones por justicia para Javier Valdez y por agresiones a colegas. Y entre todo
eso, durante 13 años, se dio tiempo para dedicar atención a Rafael.
Quizá alguien pueda probar científicamente que la conciencia de libertad es trasmisible o
hereditaria. Judith y Rafael ganaron más de esa libertad ese 12 de diciembre de 2020 cuando él fue
liberado físicamente. Por todo, este libro debiera llamarse: El sistema no pudo quitarnos nuestra
conciencia de libertad.
Rogelio Hernández López
Tlatelolco, Ciudad de México. Primavera de 2021
Viktor Emil Frankl, El hombre en busca de sentido (1946). El autor sobrevivió desde 1942 hasta 1945 en
varios campos de concentración nazis, incluidos Auschwitz y Dacha.
Después del final de la guerra, Viktor Frankl fue descubriendo que muchas de las personas a las que quería
habían muerto, pero encontró una manera de encajar estas pérdidas. Según él, el simple hecho de descubrir el
sentido del sufrimiento hace que este se experimente de una manera mucho más llevadera, haciendo que este
pase a incorporarse a la narrativa de la propia historia vital como un elemento más, algo que no impide que se
pase página y se pueda tirar para adelante.
… desde la dimensión noética el paciente puede modificar el curso de la terapia, que ni lo social ni lo
psicológico le roba a la persona su libertad noética, y que dicha libertad puede ser efectiva en la clínica,
devolviendo al paciente su autonomía y su capacidad de decisión.
El libro El hombre en busca de sentido, al que se reconoce como introducción a la logoterapia, en los Estados
Unidos superó la cifra de nueve millones de ejemplares vendidos. Después tuvo 149 ediciones, traducidas a
más de 20 idiomas. Llegó a considerarse una historia ejemplarizante y paradójica, y también como uno de los
diez libros más influyentes de todo Estados Unidos.